viernes, 1 de octubre de 2010

PARAD LOS RELOJES

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MANIC STREET PREACHERS. A DESIGN FOR LIFE


Se me paró el reloj -esto es absolutamente cierto- el día 29 de Septiembre a las 7 de la tarde, la hora en que comenzaba la manifestación de la huelga general convocada por los sindicatos.
Nunca he sabido ir sin reloj. Lo reconozco, soy un esclavo del tiempo, los horarios, la puntualidad. No recuerdo cuando tuve el primero, pero hasta donde mi memoria alcanza, siempre me veo con la muñeca izquierda ligeramente alzada para comprobar que hora marcaban esas dos agujas de metal, si llegaba a tiempo, si podía esperar un poquito más, si aún tenía margen para seguir durmiendo.
Todas las cosas importantes de mi vida han sucedido un segundo antes o un segundo despúes de echar un vistazo al reloj: el primer beso, la nota de aquel examen, el día que me detuvieron o la noche que ella apareció en el restaurante; siempre quise apuntarlas, tener una especie de memento horario que me recordara cuándo pasó cada cosa pero, claro, quién quiere ir cargado con papel y boli a todos los sitios...
El caso, y como decía, es que se me paró el reloj a las 7 de la tarde y todavía no fui a cambiar la pila. Es curioso el carácter simbólico o la importancia que adquieren ciertos hechos aparentemente intranscendentes o accidentales que luego pasan a ser todo un descubrimiento ("serendipia" creo que es el término que más o menos define esta situación): la manzana de Einstein o el principio de Arquímedes son algunos de los más famosos, pero suele pasarles mucho, según tengo entendido, a los músicos y a los pintores, ya se sabe que la inspiración puede aparecer de la forma más inesperada...
En fin, como escribí más arriba, todavía no cambié la pila y llevo dos días con mi reloj marcando las 7 de la tarde. A esa hora, mientras mi novia le pedía una bandera a una voluntaria de CCOO y un chaval con camiseta de la CNT me entregaba una octavilla revolucionaria, la Democracia exhalaba sus últimos estertores. La Agencia Moody's iba a rebajar al día siguiente la calificación de la deuda española (por la mañana, todos los periódicos ya lo anunciaban a bombo y platillo), la policía ya tenía las cifras de detenidos y la cuantía de los daños causados, la Red Eléctrica Española anunciaba que el descenso de consumo de energía era bastante inferior al de la huelga general anterior y el FMI llamaba a ZP para que siguiera recortando el gasto social después del fracaso de los Sindicatos. La manifestación echó a andar por las calles y yo no tardé ni diez minutos en darme cuenta que el tiempo se había parado inexorablemente. De repente, todo tenía sentido: las pensiones se congelan sin preguntar a sus futuros beneficiarios (o sea, los trabajadores), los recortes laborales se aprueban en contra de un programa político votado por los ciudadanos y la reforma fiscal se pergeña al margen de los derechos constitucionales aprobados en referéndum por el pueblo, ¿que significaba todo esto?
Cuando la manifestación llegaba a su fin, yo ya era consciente que todo estaba escrito de antemano. Si al menos supiera el nombre del presidente del Banco Europeo o pudiera ver la cara del de la Agencia Moody's... en fin... ya que no los había votado, por lo menos tener la oportunidad, si me los encontrara en algún bar o en la sala de embarque de algún aeropuerto de decirles, eso sí, educadamente, gracias por lo que haces conmigo, yo no hubiera sabido hacerlo peor.
La cuestión es que a pesar de todo, miré por última vez mi reloj parado y estuve a punto de coger el megáfono de una señora con cara de malas pulgas y peto de la UGT, e instar a todos los manifestantes a que pararan sus relojes mientras recitábamos juntos el famoso poema de W.H. Auden, en honor a la muerte de la Democracia:

"Parad los relojes y desconectad el teléfono,

dadle un hueso jugoso al perro para que no ladre,

haced callar a los pianos, tocad tambores con sordina,

sacad el ataúd y llamad a las plañideras.

Que los aviones den vueltas en señal de luto

y escriban en el cielo el mensaje “Él ha muerto”,

ponedles crespones en el cuello a las palomas callejeras,

que los agentes de tráfico lleven guantes negros de algodón. "

A pesar de todo, y cuando ya la manifestación había finalizado y nos diseminábamos por las calles cada uno camino de su casa, yo seguía mirando incesantemente mi reloj parado. Algunos comercios seguían abiertos, algunos policías seguían defendiendo el pan de los jefes, algunos consumidores seguían consumiendo y fue entonces cuando definitivamente decidí no cambiar la pila a mi reloj, mientras me repetía a mí mismo aquella cita de Bertolt Brecht que tantos años atrás se había introducido en mi cabeza con una fuerza imborrable:

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales."

Yo quería escoger mi vida, crear algo propio, algo que me llenara como persona y ciudadano, y resulta que la diseñan unos tipos con agencias calificadoras, fondos monetarios y bancos privados sin pedirme opinión ninguna, tanto si me gusta como si no. Es como en la canción de los geniales Manic Street Preachers: "Nosotros no hablamos de amor/sólo queremos estar borrachos/Y no nos está permitido difundir/cómo nos contaron que éste era el fin". No compraré la pila, que siga parado mi reloj, ya nada más importante sucederá en un segundo.


We don´t talk about love
We only want to get drunk
And we are not allowed to spend
As we are told that this is the end

A design for life
A design for life