lunes, 7 de mayo de 2012

TAL VEZ

ISMAEL SERRANO.SI SE CALLASE EL RUIDO

La chica se llama Yasmina (se escribe así?) y la primera vez que reparo en ella está sentada sola en las escaleras. Es curioso, pero ahora cuando escribo, recuerdo que mientras salía de la comisaría un policía la llamaba por su nombre, pero no es por eso por lo que lo sé, sino por la cantidad de veces que se lo repite gritando un sindicalista de profesión enfermero, minutos después para evitar que pierda el conocimiento.
Yasmina está sentada en las escaleras como decía, sola, con un pañuelo que le cubre la cabeza y está embarazada. Este dato también lo descubro minutos después; no sé quien me lo dice, tampoco podría afirmar porqué lo dice, igual son sólo conjeturas de todos aquellos que ven como una chica árabe, joven, de repente se desploma.
Yasmina, continúo, está sentada en las escaleras de la comisaría, a pleno sol, en pleno mediodía, y la primera vez que reparo en ella se está desplomando lentamente por los escalones de piedra; un peso muerto que no grita, que no emite ningún sonido mientras cae, simplemente se deja llevar, como cualquiera de nosotros hemos hecho tantas veces jugando con las olas del mar, en la orilla de una playa.
Pero Yasmina no está en una playa de arena, esto es la puerta de una comisaría y el suelo es de cemento. Afortunadamente, una persona situada cerca de ella, la coge antes que golpee su cabeza contra el hormigón, e inmediatamente el sindicalista-enfermero toma las riendas y ordena que la lleven a la zona donde da la sombra, que alguien le ponga las piernas en alto mientras él le coloca la cabeza de lado para que no se trague la lengua. Los dos policías tardan una eternidad en llegar, su lentitud es todavía más inexplicable sobre todo cuando, desde el primer momento que Yasmina se desmaya, están justo a su lado; trato de recordar fielmente sus movimientos y los veo siguiendo el desmayo como a cámara lenta, dubitativos, sin saber qué hacer, parece que para esos casos nadie les ha explicado el protocolo.
Mientras la diputada de Esquerra Unida, que había venido para apoyar a todos los integrantes del partido que estaban declarando, le mantiene las piernas en alto a Yasmina, uno de los dos policías se decide a llamar una ambulancia, aunque siguen muy quietos, hieráticos casi, justo al lado donde el sindicalista-enfermero grita el nombre de la chica y le propina serios guantazos para que no se duerma. Su compañero, también de CCOO, mira para otro lado mientras sujeta el cuerpo y Yasmina, de repente se pone a temblar.
Intento acercarme y le doy pañuelos y agua al compañero de CCOO que no quiere ver las convulsiones de Yasmina; alguien me dice que probablemente sea un ataque epiléptico y cuando levanto la cabeza hacia ese par de policías que se mantienen de pie con los brazos cruzados, para exigirles que hagan algo, la primera compañera de Esquerra Unida que ha sido interrogada, aparece, después de una hora, por la puerta de la comisaría. Cabreada y un poco desconcertada, al principìo no acierta a decir nada, imagino que para ella no debe ser fácil: acaba de ser acusada de un delito de coacciones sin ninguna prueba, le han dejado en libertad con cargos a la espera de juicio, la acaban de fichar, le han tomado las huellas, le han hecho una foto en un calabozo y le han asegurado que está en libertad poque ellos quieren, y de repente ve a todos sus compañeros atendiendo a una chica árabe que se convulsiona en el suelo, mientras dos policías observan indiferentes la escena y una televisión local le asalta apresuradamente, como si de esa declaración, de ese micrófono que vuela por los aires, dependiera el futuro de la cadena.
Yo fijo mi atención en Yasmina; parece que ha dejado de temblar y acepta el agua. Abre los ojos y mira alrededor, mientras el sindicalista-enfermero sigue hablando con ella para tranquilizarla y la diputada que le mantiene los pies en alto se seca las lágrimas, creía que se iba a morir, me confesará más tarde, cuando ya todos los acusados han sido interrogados e imputados por algo que no han hecho, y la rabia no nos deja pensar con claridad y ella trata de tranquilizarnos, no preocuparos, nos dice, no podrán con nosotros, nos repite.
Finalmente llega la ambulancia. No sé que ha tardado,15 ó 20 minutos, sólo recuerdo que cuando los funcionarios-enfermeros llegaron donde Yasmina trataba de incorporarse, sólo quedaba un policía, aunque no dijo nada, de eso se encargaron el sindicalista-enfermero y su compañero de CCOO, ellos la han cuidado y quizás, le han salvado la vida.
Todavía esperamos más tiempo en la puerta de la comisaría. Hoy declaraban 5 compañeros, mañana otros tantos, y así hasta 18, de momento, me recuerda alguien. Yasmina estará en el hospital, probablemente le estarán haciendo pruebas. Nunca sabré si estaba embarazada o si los temblores se debían a un ataque epiléptico; nunca sabré nada más de ella: que hacía en la comisaría, que edad tenía, de que país era, si su marido la esperaba en algún lugar al que ella ya llegaría tarde, si trabajaba, si la iban a expulsar del país... nos dio lo mismo, no dudamos un instante; ninguno de los que estaba allí esperando ser interrogados por la policía tuvo el menor atisbo de incertidumbre, no lo pensamos dos veces.

Tal vez Yasmina recuerde eso. Y tal vez se sepa. Tal vez, algunas personas de bien, se pregunten por qué. Y entonces, sólo tal vez, el mundo deje de ser este asqueroso nido de gusanos en que se ha convertido.

"Ruido de iluminados, gritan desde sus hogueras
que trae el fin del mundo la luz de la diferencia.
Ruido de inquisidores, nos hablan de libertades
agrietando con sus gritos su barniz de tolerantes.

Nunca pisa la batalla tanto ruido de guerreros,
traen de sus almenas la paz de los cementerios.
Háblame de tus abrazos, de nuestro amor imperfecto,
de la luz de tu utopía, que tu voz tape este estruendo."

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