martes, 8 de marzo de 2011

MOMENTOS INDELEBLES (I)


LIVIN' ON A PRAYER. BON JOVI

Pareciera que fuera ayer: el "talk-box" sonando con fuerza en la radio de mi hermana, en la habitación de al lado. Tan solo 10 años, impacientes y maravillosos 10 años recién cumplidos, tumbados en la litera de arriba. No había límites, todo era posible hasta los sueños (esos sobre todo), todavía no era el hombre sin atributos de Robert Musil y por supuesto, la muerte no existía. Desde mi perspectiva inmortal, la prisa era a todas luces innecesaria, casi un capricho de Dioses, pero empujaba con fuerza, casi con desesperación a recorrer, averiguar, investigar cada segundo de niño que se consumía entre juegos callejeros, patios de colegio, heridas de guerra y golosinas robadas. Hasta ahí, la vida tenía todo el sentido. Era, cómo decirlo, fácil.
El "talk-box" sonaba a todo volumen en la radio de mi hermana, en la habitación de al lado. Quién es ese chico que baja de la litera de un salto y corre hacia el pasillo? Si tuviera que responder ahora, diría que un chiquillo más, inocente como una virgen y revoltoso como un niño. Inmortal también, por supuesto. Todavía no se había vuelto idiota y presuntuoso, quejicoso tal vez, pero nunca llorica. El veneno le atacaría más tarde, en esa otra época de lucidez repentina y tristeza pegajosa, ya instalado entre los demás como un ser corriente y algo patibulario, pero nada peligroso, cuatro libros mal leídos y alguna influencia desaconsejable, algo que se hubiera arreglado con dos hostias a tiempo. Pero al niño inmortal le gusta aprender y pensar, aunque sea con la parte más noble de su cuerpo, al niño inmortal le gustan la música y los filósofos de la izquierda, al niño inmortal le gusta la gente y no le gusta la gente, es simpático y antipático, a veces nunca entiende y casi siempre mete la pata, pero aún tiene prisa por quemar sus últimos segundos de niño.
Qué quiere ese niño que sale al pasillo? Básicamente, dejarse llevar, sentirse seguro, satisfacer su necesidad más inmediata. Nunca después sabrá responder a esa pregunta. Precisamente, paradojas de la vida, cuanto más alto y más guapo y más listo es, resulta que no sabe nada, que todo camino escogido siempre está equivocado, que el fuego que quema por dentro no hace prisioneros y lo sabe, ya lo sabía, que esto iba en serio, como decía el poeta, y no basta con echar la culpa a los otros, ya no, y el deseo de ser mortal se cumple con un chasquido de los dedos, qué rápido se deja de ser niño si uno lo intenta con todas sus fuerzas, con lo que ha costado llegar hasta aquí de una pieza, se dice, y lo que costará seguir así le digo yo...
Hay un momento indeleble a los diez años, de este hombre que pasa ya de los treinta. El "talk-box" suena a volumen alto en la radio de mi hermana, en la habitación de al lado. El hombre que abre su puerta, por supuesto, no es inmortal.