lunes, 20 de septiembre de 2010

A LA MIERDA, GILIPOLLAS

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LA POLLA RECORDS. ELLOS DICEN MIERDA

He estado a punto de volverme loco. Se acerca el 29-S, fecha de la huelga general convocada por los sindicatos, y mis neuronas han estado a punto de perder el control y la cordura.
He llegado a imaginar mi televisor con todos los canales desintonizados excepto Intereconomía y al quiosquero llamando a la puerta con mi ejemplar diario de “La Gaceta” en las manos. Extrañado, me he buscado en los bolsillos del pantalón y he encontrado la llave de un flamante mercedes coronada en un llavero con forma de gaviota, dos resguardos del Corte Inglés y una tarjeta de socio de honor de un club secreto para altos ejecutivos.
Pero eso no ha sido todo: el otro día, buscando en mi biblioteca un libro que acompañara un ponche exquisito, servido por la nueva mucama filipina (que contrató mi mujer después de expulsar de la finca a la sirvienta romaní), sólo encontré tratados sobre pádel, un compendio de resoluciones de la ONU pendientes de cumplir por Israel que abarcaba todo el frontal izquierdo, la última alucinación de Thomas Friedman, un manual de buenas maneras editado por el FMI y otro de Alfonso Ussía, una revisión de la guerra civil auspiciada por la fundación FAES y la joya de la corona, el libro que hizo de mí lo que soy hoy en día: “¿Quién se ha llevado mi queso?” de Spencer Johnson.
Y es que han sido unos días muy, muy raros. Días en los que realidad, ficción y pesadilla se han mezclado de tal manera, que ni yo mismo me reconocía al mirarme en el espejo. Hasta mis amigos ya no parecían los de antes: hablaban de trabajar doce horas diarias si era necesario por el bien de la empresa (“¡Hay que remar en la misma dirección! ¡Estamos todos en el mismo barco!”, llegó a exclamar uno de ellos con veleidades poéticas); utilizaban palabras como “cash”, “leasing” o “tea party”, se quejaban amargamente de la generación “nini”, de las líneas de crédito ICO, de las dificultades que tienen sus jefes para despedirlos, de las ganas de currar que tiene la genta a los 67 años y qué fíjate en Alemania o Francia, allí ya están saliendo de la crisis y aquí, con cinco millones de parados y nadie se echa a la calle.
En tal estado de locura y sin nada a lo que aferrarme, con el mundo que conocía totalmente vuelto del revés, cuando ya pensaba que Fernández Toxo y los liberados sindicales eran los opresores que coartaban mi floreciente liberalismo económico, y que Cándido Méndez y Cayo Lara eran los culpables de que mi yate no pudiera salir a navegar (con lo que cuesta un amarre en el puerto deportivo), se murió Labordeta y de repente volví a mi realidad, la realidad.
Se abarata y se subvenciona el despido, se congelan las pensiones, se flexibiliza la movilidad, se adelgaza la negociación colectiva centro a centro, se recorta gasto social, se pierde libertad, derechos, democracia, y se desnivelan aún más las diferencias entre trabajadores (sí, la parte más débil, la que siempre ha puesto el cuello cuando se necesita apretar la soga) y empresarios. Qué dirían mis abuelos y mis padres y tantos y tantos otros que lucharon y murieron para que nosotros tuviéramos algo, poquito, pero algo al fin y al cabo, un poquito que costó sudor, fuego y sufrimiento, algo que en el fondo es mucho, y que ahora nos quieren arrebatar por las buenas o por las malas, como siempre, con mentiras y periódicos, políticos y CEOE, para que encima pretendan que les aplaudamos.

El genial Labordeta tuvo una trayectoria intachable y una personalidad acorde con sus principios de izquierdas, lo que se dice “un tipo auténtico”. En la cámara del congreso, una vez mandó a la mierda a los diputados del partido popular, mientras hablaba desde la tribuna y éstos se mofaban de él y de su oficio de cantautor, recordándoles que Franco estaba muerto y que ahora, ni siquiera ellos podían impedirle hablar. Más recientemente, y otra vez desde las gradas populares, mientras hablaba, uno de ellos cerró el puño en un gesto violento, y el político aragonés le espetó que el puño cerrado lo llevaba él y con mucha dignidad, antes de describir magistralmente al incauto diputado conservador con un maravilloso: “gilipollas”.
Es por gente y cosas como ésta por las que yo sí saldré a la calle el día 29, saldré para gritar que yo sí elijo mi vida, que es para lo que me enseñaron y educaron, y para decirles a todos aquellos que me mirarán con condescendencia, superioridad y una sonrisa burlona: “A la mierda, gilipollas”

"Mogollón de gente vive tristemente
y van a morir democráticamente
y yo, y yo, y yo no quiero callarme
la moral prohíbe que nadie proteste
ellos dicen mierda nosotros amén
amén amén amenudo llueve"

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