lunes, 14 de diciembre de 2009

RAY-BAN


CARLOS CHAOUEN. SEMILLA EN LA TIERRA

No sé lo que sucede a veces, pero algunos días amanecen nublados y no hay manera ya de espantar las nubes y sacar al cielo azul de su escondite. Como si de unas gafas de sol se tratara, el ánimo se va oscureciendo, la tristeza se mete en los huesos y ya no hay forma de sacudirsela a la manera de un perro después de bañarse, por ejemplo.

Hoy es uno de ellos; un día gris, frío, largo... absurdo. No, no se debe a esa cara de mafioso italiano ensangrentada que acapara esta mañana todas las portadas; o que a Herman Terstch lo utilizaran de sparring a la salida de un bar el lunes pasado, ni siquiera (y esta es de verdad) que a Haidar la vayan a dejar morir los sinvergüenzas que nos gobiernan; no, mi tristeza es otra cosa, una especie de resaca, un acto de solidaridad tal vez, la consecuencia lógica tras vivir un instante de felicidad. Porque la felicidad deber ser así ¿no?, fugaz, inesperada, sorprendente, todo lo contrario sería acabar con ella, indefinirla, hacerle perder la gracia. Así, su brevedad y su imprevisibilidad, hacen que hasta en los rincones y en las situaciones más oscuras pueda surgir un destello, un ratito de alegría. Hay veces que uno ve por la tele, en esos países de guerra interminable, entre cadáveres inacabados y edificios mordisqueados, un grupo de niños descalzos jugando entre la miseria, con una viuda allá al fondo sonriendo con una sonrisa sin dientes y casi, diría yo, sin sentido y te emocionas hasta la lágrima pensando la fuerza que hay que tener para disfrutar un instante de dicha en momentos así. La tristeza no; la tristeza es otra cosa... es larga, oscura, dura, cotidiana, el pan nuestro de cada día que decía la plegaria, esa sí que cuando llega se queda por largo tiempo (aunque la longitud de éste se mida siempre en función del que lo padece); es algo normal, común al más común de los mortales, casi una segunda piel; nos hemos acostumbrado tanto a ella que ha dejado de importarnos el sufrimiento de los demás, a veces, incluso, hasta el nuestro propio. Hemos asumido su presencia y su influencia a nuestro alrededor casi como si fuera un derecho constitucional, inviolable, inmutable, inamovible, no como la alegría, tan corta y valiosa, que el día que nos toque declararla a Hacienda, nadie tendrá en su última casilla un signo negativo.
La mía hoy, es una tristeza muy personal, sui generis se podría decir. Nada que ver con mi cabreo con el mundo (apartado unos momentos tan sólo de mi cabeza, lo contrario supondría una falta de respeto), más con el sombrío lienzo que pinta el día, tengo las vísceras apagadas y las entrañas bajas de moral. Simplemente es un dejarse ir, un breve lapsus entre el sueño y la quemadura incesante de la vigilia, una apatía encantada de haberse conocido, un no poder y no querer al mismo tiempo. En días así (también en cualquier otro, la verdad, pero más en días así) me encanta escuchar a Carlos Chaouen y dejarme arrastrar por la melancolía, la garra suave del pasado, la dulce mentira del futuro: "Duele, la vida como un puñal hay veces que duele..." canta el andaluz y yo me siento atrapado en esta verdad inapelable, porque a veces duele demasiado, otras duele sin querer y casi siempre duele, sin más. A pesar de instantes felices y quizás por ello, no sé.
El caso y abreviando que es gerundio, tengo unas gafas ray ban, de sol, cristal de espejo, montura plateada, muy chulas, que en días como hoy me protegen más que nunca. Y es que siempre pensé que guardarse del sol, de la luz, no tenía sentido y en cambio para la oscuridad nunca inventamos un escudo. Por eso, hoy me protejo de ella y de la tristeza con mis ray ban, y conservo, como un tesoro inenarrable, tras sus cristales de espejo numerosos instantes de felicidad. Tantos, que hoy estoy triste porque me da la gana, porque quiero, porque nunca me gustaron aquellos que siempre se reían de todo y porque a veces, sólo por educación, por empatía, deberíamos cerrar la boca y guardar un día de silencio.
"Y cada uno en su camino, va cantando espantando sus penas
Y cada cual en su destino va llenando de soles sus venas..."

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