lunes, 20 de junio de 2011

TRISTEZA POÉTICA


DOWN IN A HOLE. ALICE IN CHAINS

Hay cierta tristeza en los ojos de la mujer que me mira. Hace calor, mucho calor, y eso que son más de las 9 de la noche y el cielo hace ya unos cuantos minutos que se cubrió con nubes negras, casi como los ojos de esa mujer que me mira con cierta tristeza. La marcha llega a su fin, la plaza está de nuevo ocupada, la calle ha vuelto a ser nuestra, las consignas han sido coreadas y la rabia expulsada, sólo hay motivos para la alegría, espacio para saborear el éxito de la convocatoria, pero esa mujer me mira con tristeza.
Tiene alrededor de 60 años, pelo negro (tintado) y coge con timidez el extremo izquierdo de una pancarta gigante donde se acusa a los banqueros de estafa. Parece cansada, se ajusta las gafas de vista con asiduidad, en un gesto que más parece un tic nervioso que simple coquetería y cuando sus compañeros de pancarta corean eslogans ingeniosos a pleno pulmón, ella apenas abre la boca, quizás por timidez, como si todavía tuviera 13 años y le tocara cantar con el coro del colegio en la fiesta de fin de curso. Por un instante nuestras miradas se cruzan: en sus ojos tristes, tal vez cansados, veo reflejada mi ansia, mis ganas, mi ilusión. Minutos después, la busco entre la multitud bullanguera y extasiada, y allí está, sujetando con su mano izquierda un extremo de la pancarta gigante, mirándome con tristeza, o eso me parece a mí, en la misma postura indolente de antes, sin apenas abrir la boca cuando el resto del mundo en la plaza comienza a gritar una tras otra las consignas de rigor.
Minutos después simplemente la perdí de vista, a ella, a su pancarta y a sus compañeros. Me quedé sin saber por qué me miraba con tristeza,por qué estaba allí, por qué sujetaba una pancarta. Me quedé sin saber si sólo fueron imaginaciones mías, entelequias de alguien desacostumbrado al éxito, a la realidad del milagro, a la posibilidad de que todo sea posible. O tal vez sólo estuviera cansada: una mujer mayor, probablemente con nietos, que aún tiene cojones de salir a la calle a reivindicar y a protestar a pesar de los achaques propios de la edad, pero que después de dos horas caminando ya no puede más y le pide al marido, un viejo rockero de la lucha sindical, que abandone el extremo contrario de la pancarta y la lleve a casa a terminar de ver el triunfo de la revolución por la tele.
El caso es que allí me quedé yo, sin saber una vez más como se descifran los misterios de la vida humana, ufano e inquieto a partes iguales, pergeñando una historia en mi cabeza sobre una mujer de mirada triste y tarareando un verso, como una letanía, de una canción muy hermosa y muy triste:

"I'd Like To Fly
But My Wings Have Been So Denied"

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