jueves, 5 de noviembre de 2009

DERECHO A SER FELICES (II)


THE RAMONES. I BELIEVE IN MIRACLES

El suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes en este país. En el año 2007, 3263 chicos y chicas se suicidaron y se calcula que por cada uno de ellos, suele haber 20 ó 30 intentos no consumados.
Yo conocí a una chica que tenía marcas en sus muñecas. Teníamos 19 años cuando me contó que lo había intentado varias veces desde hacía algún tiempo. Las causas, su insoportable familia: una hermana mayor que le hacía la vida imposible, una madre ligeramente desequilibrada, un padre absolutamente ausente. Siempre supe que quería vivir, de hecho su confesión me cogió totalmente desprevenido debido a su carácter fuera de toda duda alegre, optimista, vital. Siempre supe que no quería morir y así me lo confirmó ella (tras darme toda una clase magistral sobre como cortarse las venas) reconociendo que jamás pudo hundir un poquito más la cuchilla, que tenía miedo, que aún le quedaban cosas por hacer a pesar de todo.
La vida y sus acontecimientos estresantes, una enfermedad grave, el aislamiento social y las perturbaciones mentales, parecen ser las principales causas que esgrimen los expertos para explicar tan peligrosa cantidad de suicidio juvenil. Y yo me acordé de ella.
Mi amiga disfrutaba (como yo, como muchos) de una vida normal: estudiaba en la universidad, se enamoraba y desenamoraba cada fin de semana de un chico distinto, le gustaba la música, quería ahorrar para el carné de conducir y quería viajar por el mundo. Cuando una tarde charlando en una cafetería yo no resistí más y pregunté por esas sospechosas cicatrices, mi amiga confesó que no era feliz, que a veces renunciaba a ese derecho. Reconozco que en aquel momento mis argumentos en pro de la vida, de su vida, fueron bastante tópicos (siempre hay gente peor, sé consciente de tu suerte, fíjate en esos pobres niños hambrientos de África) y en un acto de soberbia (en lo que yo creí un acto de anti-frivolidad) menosprecié sus tristezas y le largué un broncazo que me dejó muy contento y a ella un motivo más que sumar a sus desgracias.
Cuando pienso ahora en los problemas que me inquietan (mi hipoteca, mi trabajo, mis dolores de estómago) y en los que me cabrean (Aguirre y Rajoy peleando por Caja Madrid, los pingües beneficios de Ford a pesar de la crisis, el atunero secuestrado por piratas que en nada se asemejan a los de las novelas o el cine) recuerdo a mi amiga y me siento miserable. Que el mundo es y será una porquería ya lo decía el tango, y ahora me doy cuenta que la mayoría de los mortales que lo sufrimos somos víctimas y no verdugos. El derecho a ser feliz, como todos los demás derechos, se conquista, se pelea, se educa, pero jamás se menosprecia.
Mi amiga, creo, no volvió a intentar quitarse la vida. Ahora es profesora en una escuela pública, está casada y probablemente sea feliz. Ella, atea convencida, creía en los milagros, probablemente por eso, porque sin Dios que valga, sólo nosotros podemos ser capaces de obrarlos. Y es por eso, por las lecciones de humildad que a veces nos regalan tantas personas que merecerían mucho más, y porque sé lo que cuesta la alegría y porque sé que quiero ser feliz aquí y ahora y a pesar de ellos, creo en los milagros, en un mundo mejor para ti y para mí.
"I believe in miracles
I believe in a better world for me and you"

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